viernes, 17 de abril de 2015

De cómo me volví a enamorar de la niña Mencha


Recorte de una foto tomada de: http://galleryhip.com/margarita-rosa-de-francisco-desafio.html

De cómo me volví a enamorar de la niña Mencha

Cuando Margarita Rosa era la niña Mencha

En aquellos años ochenta, cuando Margarita Rosa de Francisco fue la niña Mencha, para luego convertirse en Gaviota la chapolera, yo, al igual que la mitad de los colombianos, vivía enamorado de ella. Evidentemente era un amor platónico, aunque fetichizado con el almanaque que me regaló un sobrino.

Recuerdo una mañana en Santa Marta, durante las vacaciones de enero. Salía yo de Olímpica. Verónica, mi hija de doce años, estaba de pie, como en éxtasis, ante una mujer –ante esa mujer– que en el momento subía a una camioneta mientras mi hija hablaba con ella. Carlos Vives, el esposo del momento, después de haberle cortado el aliento a la hija mía que se topó con él en la puerta del supermercado, había tomado su puesto de conductor y el motor se había puesto en marcha. Yo me acerqué y le presté a Verónica el bolígrafo, pues quería pedirle un autógrafo a la Mencha. Ella firmó sobre un trozo de papel, se lo entregó a Verónica, me devolvió el bolígrafo, cerró la portezuela y el carro se marchó.

Ya hace años que el autógrafo desapareció, al igual que el almanaque. El bolígrafo con el que dejó su firma también se perdió –el «Menchógrafo» lo llamábamos– pues mientras esperaba el semáforo en la esquina de la Avenida Oriental con la Playa de Medellín un ladrón callejero me lo arrancó del bolsillo de la camisa y salió corriendo.

Las reliquias de aquel amor habían desaparecido. Quedaba el recuerdo.

Cuando Margarita dirigía Realities y hacía ejercicio

Pasaron los años y Margarita Rosa se dedicó a dirigir lo que más puedo aborrecer, los realities, y a fomentar el ejercicio físico. Con esto, habíamos tomado caminos diferentes, casi diríamos que diametralmente opuestos. Mi desinterés se volvió total y apenas si la veía de reojo, de vez en cuando, cuando yo entraba en la alcoba donde Ofelia se encontraba ante el televisor, pues ella sí seguía cada momento de aquellos insoportables realities. Ya no era la niña Mencha ni tampoco la chapolera sino una mujer que para nada me interesaba, una mujer que se me hacía de músculos correosos, a quien apenas medio veía, siempre con una frialdad total.

El tiempo iba pasando, yo envejecía y ella hacía realities.

Cuando me volví a enamorar de Margarita Rosa

Hoy, 16 de abril de 2015, en uno de esos momentos que no existen pues el tiempo no existe, a las 3:30 de la tarde para acabar de precisar la inexistencia, leí el artículo El tiempo y Dios, con el subtítulo Es posible que el tiempo no pase en realidad, y que solo sea una medida para calibrar qué tan ingenua es la inversión en nuestras azarosas carreras hacia ningún lado. (http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/el-tiempo-y-dios-margarita-rosa-de-francisco-columnista-el-tiempo/15576076)

Por una cierta ironía, el artículo apareció en el periódico El Tiempo, que sí existía –e influía, y mucho– en ese mundo inexistente del tiempo de Margarita Rosa.

Leí, pues. Contemplé la foto. Había desaparecido la Margarita Rosa de los realities y del frío ejercicio físico. Observé los ojos de su autora, y me volví a enamorar, volví a encontrar a la Mencha. Pero esta vez no se trataba ya de aquella niña cuyo recuerdo había quedado en el pasado del tiempo mío y en el ovlido del menchógrafo robado, sino de una nueva niña Mencha, tan niña como el infantil Dios Creador de Chesterton, que cada día, extasiado ante la belleza del amanecer, repetía, una y otra vez, como el niño, «otra vez»; una niña que penetraba en el más profundo de los misterios, el de aquel tiempo que ella determinaba como producto del Ego, diametralmente opuesto a la eternidad de Dios. Era una niña que comprendía. Leí y releí el artículo y por eso me enamoré de nuevo.

Ojos verdes, profundos, penetrantes. Mirada joven, alegre al comprender.

Leyéndola, recordé una frase de San Agustín, con la que él, hace más de mil seiscientos años, intentaba comprender la eternidad y la llamada «visión beatífica»: «interminabilis vitae tota simul et perfecta possessio», «una posesión total, simultánea y perfecta, de una vida interminable», o sea, la negación del tiempo. Y recordé a Barbajacob: «las cosas son la espuma del tiempo en nuestras manos», lo mismo que a Machado:

Al borde del sendero un día nos sentamos.
Ya nuestra vida es tiempo, y nuestro sola cuita
son las desesperantes posturas que tomamos
para aguardar... Mas ella no faltará a la cita. 
Javier Escobar Isaza
Lorien, 16 de abril de 2015


2 comentarios:

  1. heri-gonzalez@hotmail.com
    Bello escrito. Simplemente humano, pero además, con esa carga maravillosa de la inocencia que dan los años, robada, justamente en algún momento del camino, por los años; ahora restaurada y vuelta "diafanidad" en su máxima plenitud.

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    1. Solo ahora, leo este comentario de heri-gonzales@hotmail.com el 21 de junio de 2021, cuando han pasado ya seis años (y una larga pandemia) de ese tiempo que a veces parece haber perdido toda realidad.

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