Para los visitantes: Cuando empecé este blog estábamos en marzo de 2015. Hoy los remito a su primera entrega, a fin de que puedan comprender los párrafos siguientes.
En medio de la pandemia regresé al cementerio de blogs hoy, 1 de abril de 2021. El sepulturero era el mismo flacuchento desagradable de hace seis años, aunque yo lo vi más deteriorado. También las instalaciones seguían casi iguales. Digo casi porque cuando me acerqué al pabellón de mi blog noté que había uno nuevo.
–¿A qué viene usted? –preguntó el sepulturero cuando me vio, sin saludar y con cierta grosería y agresividad en el tono de voz, muy diferente de la fría amabilidad con que me trató la primera vez.
–Tengo un viejo blog que dejé morir y quiero resucitar. Lo dejé morir en 2015, poco después de iniciarlo.
–Creo recordarlo a usted, señor. El suyo está en el Pabellón de los Huérfanos. ¡Debía darle vergüenza! Hace años que vino usted con unos aires de superioridad que no me gustaron: parecía como si se creyera la excepción a la regla. ¡Y mire cómo sí se le murió el blog!
Acobardado por semejante regaño, intenté ser correcto, no fuera que me echara del lugar, y le dije:
–Esos son tiempos pasados. Y créame que me arrepentí y que por eso vuelvo. Quiero revivirlo.
–Claro que está en su derecho de resucitarlo, pero, si me deja ser franco, usted parece uno de esos tipos inconstantes de quienes uno no se puede fiar. Ya verá que lo vuelve a matar rapidito y que dentro de poco lo estoy enterrando otra vez, aumentando mi trabajo. ¡Como si no fueran suficientes los miles de blogs, víctimas del Covid, que me tienen hasta la coronilla en estos días! Hay ocasiones en que termino mi jornada después de las 12 de la noche. ¡Y eso que no me pagan horas extra!
–Pero entonces a usted le conviene que este blog reviva: ¡será un muerto menos!
–¿Para qué, para que lo mate otra vez? ¿O para que los lectores lo maten, por no leerlo? Usted ya tuvo su ocasión y la dejó perder. O le faltó constancia, o a sus escritos les faltaba interés y nadie los leía. Pero estoy convencido de que usted es ante todo un inconstante y mi experiencia muestra que los inconstantes siempre seguirán siendo tales.
A pesar de la cantaleta, que ya me tenía harto, el viejo me acompañó hasta la tumba. Ahí vi la lápida: El Blog de uno de mis Yoes, descuidada, sucia, sin siquiera una flor. Desempolvó la lápida, la quitó y me entregó los restos, envueltos en un sobre de manila grande.
–Ahí tiene su blog. Léalo, a ver si revive. Me imagino que lo mejor será reservar esta misma tumba, para cuando vuelva.
–Gracias –le dije–, y úsela tranquilo, que ya verá que no voy a dejarlo morir.
Llené los papeles de entrega y antes de salir releí cada uno de mis viejos escritos.
A medida que leía notaba que el blog parecía ir despertando de su largo sueño. Yo sentía pesar por mis pobres escritos, pues no los creía tan malos como insinuaba el sepulturero.
Salí del cementerio, sintiéndome culpable, y con razón, porque en lugar de achacarles la muerte a unos hipotéticos lectores que no se habían hecho pres, la estaba achacando a mi propia y real falta de constancia. .
–Ya verás que esta vez no te dejo volver a morir –le dije, tratando de darle a mi voz un tono de convicción, y me pareció oír que el blog me contestaba, con una voz aún débil, desde el sobre de manila que le había servido de sudario:
–¡Mamola!